Día 12.

Por muchas que sean mis preocupaciones personales, debo seguir con mis negocios.

En lo más profundo de mi mente había albergado siempre la idea de que algún día cuando todos sus negocios marcharan bien y su hijo tendría una conversación sincera con èl.

De repente la señorita Kinzey dejó de escribir y se puso pálida.

Después de un rato la secretaria corrió en busca del médico de la señora Cheyne, quien encontró la marido dando grandes pasos arriba y abajo por la habitación.

El recorrido de costa a costa se completó. Al final llegaron al destino donde yo estaba esperando, después de una gran emoción, todos pedimos comida.
Su padre se acostumbró a juzgar a las personas lo observaba atentamente.

Al final, me acurruqué junto a mi padre y le expliqué todo lo que había hecho.

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